Dejar mi ciudad natal para vivir en el extranjero, lejos de la familia, los prejuicios de la infancia y la mentalidad local, transformó mi carácter y mi visión del mundo. Ahora valoro más a mi gente y visito a mi familia con entusiasmo. Sin embargo, irme fue esencial para madurar y regresar como un adulto, no como un niño.